sábado, 29 de marzo de 2008

EL PERRO NEVADO 1 parte.

El Perro Nevado
(Leyenda histórica)
1ª Parte
Por: Tulio Febres Cordero
El silencio de los páramos es completo. No hay aves que canten, ni árboles que lucen contra el viento, ni ríos estrepitosos que atruenen el espacio. Es una naturaleza grandiosa, pero llena de gravedad y de tristeza. Aquellos cerros desnudos y altísimos, acumulados al capricho, parecen las ruinas del mundo en otro tiempo habitado por cíclopes y gigantes.
Lo que pasa en la mar, lo que pasa en la llanura inmensa, eso mismo sucede en el medio de los páramos andinos. El hombre se siente humillado ante la naturaleza y se recoge en si mismo. Por eso la ascensión a las alturas de la cordillera venezolana no es solamente fatigosa para el cuerpo, sino abrumadora y triste para el espíritu. Bajo las mantas y abrigos que son necesarios al viajero para soportar un frío que acalambra los miembros, el alma también se recoge y busca el calor de los recuerdos, de los pensamientos y de los afectos que le son más caros en la vida.
En una brumosa tarde de Junio del año de 1813, se detuvo una escolta de caballería frente a la casa de Moconoque, sitio distante una legua de la villa de Mucuchíes, para entonces, el lugar más elevado de Venezuela. La casa parecía desierta, pero apenas habían dado dos toques en la puerta, cuando instintivamente los caballos que estaban más cerca retrocedieran espantados. Un enorme perro saltó a la mitad del camino dando furiosos aullidos. Era un animal corpulento y lanudo como un carnero, de la raza especial de los páramos andinos, que en nada cede a la muy afamada de los perros del monte de San Bernardo.
Ante la actitud resuelta y amansadora del perro, brillaron de súbito diez o doce lanzas enristradas contra él, pero en el mismo instante se oyó a espalda de los dragones una voz de mando que en el instante fue obedecida:
--- ¡No hagáis daño a ese animal! ¡Oh, es uno de los perros más hermoso que he conocido!
Era la voz del Brigadier Simón Bolívar, que cruzaba los ventisqueros de Los Andes con un reducido ejército. Por algunos momentos estuvo admirando al perro que parecía dispuesto a defender por si solo el paso contra toda la escolta de caballería, hasta que el dueño de la casa, don Vicente Pino, salió a la puerta y lo llamó con instancia.
--- ¡Nevado!... ¡Nevado! ¿Qué es eso?
El fiel animal obedeció en el acto y se volvió para el patio de la casa gruñendo sordamente. Su pinta era en extremo rara y a ella debía el nombre de Nevado, porque siendo negro como un azabache, tenía orejas, el lomo y la cola blancos, muy blancos, como copos de nieve. Era una viva representación de la cresta nevada de sus nativos montes.
El señor Pino, era un respetable propietario, se puso inmediatamente a las órdenes de Bolívar y sus oficiales, y obtenidos de él los informes que necesitaban referente a la marcha que hacían, la continuaron hacia Mucuchíes, donde iban a pernoctar. Bolívar miró por última vez a Nevado con ojos de admiración y profunda simpatía, y al despedirse preguntó al señor Pino si sería fácil conseguir un cachorro de aquella raza.
--- Muy fácil me parece, le contestó, y desde luego me permito ofrecer a S. E. que esta misma tarde lo recibirá en Mucuchíes, como recuerdo de su paso por estas alturas.
Media hora después de haber llegado el Brigadier a la citada villa, le avisaron que un niño preguntaba por él en la puerta de su alojamiento. Era un chico de once a 12 años, hijo del señor Pino, que iba de parte de éste, con el perro ofrecido.
--- ¡El mismo perro Nevado! ---Exclamó Bolívar--- ¿Es éste el cachorro que me envía tu padre?
--- Si señor, éste mismo, que todavía es cachorro y puede acompañarle mucho tiempo.
--- ¡Oh, es una preciosa adquisición! Dígale al señor Pino que agradezco en lo que vale su generoso sacrificio, porque debe ser un verdadero desprenderse de un perro tan hermoso.
El chico regresó a Moconoque aquella misma tarde satisfecho de los agasajos y muestras de cariño que recibió de Bolívar. Este niño fue don Juan José Pino, que llego a ser padre de una numerosa y honorable familia de Mérida y alcanzó la avanzada edad de noventa y cuatro años.
Bolívar quedó contentísimo con el espléndido regalo y no cesaba de acariciar a Nevado, que por su parte no tardó en corresponder a las caricias, haciéndolo en ocasiones con tanta brusquedad que más de una vez hizo tambalear al Libertador al echársele encima para ponerle las manos en el pecho.
Averiguando con varios señores de Mucuchíes si había en la tropa algún recluta del lugar conocedor del perro, para confiarle su cuidado y vigilancia, se le informó que en el destacamento que comandaba Campoelías había un indio que era vaquero de la finca del señor Pino, y por consiguiente conocedor del perro y de sus costumbres.
No fue menester más. Inmediatamente despachó Bolívar una orden a Campoelías, que estaba fuera del pueblo, para que le mandase al indio, llamado Tinjacá. Era éste un indígena de raza pura, como de treinta años, leal servidor y de carácter muy sencillo. La orden, despachada a secas sin ninguna explicación, fue militarmente obedecida. El indio se encomendó a Dios, confuso y aterrado, al verse sacado de las filas, desarmado y conducido a Mucuchíes con la mayor seguridad y sin dilación alguna. El pobre creyó que lo iban a fusilar.
Era ya de noche, y Bolívar, envuelto en su capa por el frío intenso del lugar, revisaba el campamento acompañado de algunos oficiales, cuando se le presentaron con el recluta.
--- ¿Eres tú el indio Tinjacá?
--- Si, señor.
--- ¿Conoces el perro Nevado del señor Pino?
--- Si señor, se ha criado conmigo.
--- ¿Estás seguro de que te seguirá a donde quiera que vayas sin necesidad de cadena?
--- Si, señor, me ha seguido siempre, contestó el indio volviendo en si de su estupor.
--- Pues te tomo a mi servicio con el único encargo de cuidar al perro.
El indio estaba tan turbado por la brusca transición efectuada en su ánimo, que no acertó a decir palabra alguna de agradecimiento.
Al cabo se atrevió a preguntar tímidamente donde estaba el perro.
--- Está amarrado en mi alojamiento, le contestó Bolívar.
--- Pues si su merced quiere una prueba del cariño que me tiene Nevado, mande a que lo suelten y le respondo que el punto vendrá para acá, a pesar de la distancia y de la oscuridad de la noche.
Bolívar clavó sus ojos en el indio y se sonrió, manifestando de este modo su incredulidad; pero después de reflexionar un poco dio la orden y se quedó en el mismo sitio, advirtiendo a Tinjacá que si la prueba resultaba adversa le castigaría severamente.
Las calles de la villa se hallaban a aquella hora cruzadas por muchos jinetes e infantes ocupados en procurar a las tropas el rancho y las comodidades necesarias. Bolívar empezó a temer que el perro al verse suelto, se volviera como un rayo para Moconoque, pero en ese momento Tinjacá se llevó la mano derecha a la boca y acomodándose los dedos entre los labios de un modo peculiar, lanzó un silbido extraño y penetrante, distinto a los demás silbidos que hasta allí habían oído Bolívar y sus compañeros. Algo salvaje y guerrero había en aquel silbido que dominó todos los ruidos y algazara de los vivac y debió de resonar muy lejos.
--- El perro debe ya estar suelto, dijo Bolívar con inquietud, volviéndose hacia Tinjacá.
--- Si señor, respondió éste, y muy pronto estará aquí.
Y seguidamente lanzó al viento otro agudo silbido que hizo vibrar el tímpano de todos los presentes. Hubo un momento de ansiedad. Todos los corazones palpitan aceleradamente, menos el del indio, que lleno de confianza, esperaba tranquilamente el resultado, sondeando la oscuridad con sus miradas en la dirección del alojamiento del brigadier, que distaba de allí tres o cuatro cuadras. Un grito de contento escapó de sus labios.
--- ¡Allí viene, exclamó, echando con ligereza un pie atrás para recibir sobre el pecho el pesado cuerpo del perro, que se le tiró encima dando saltos de alegría.
--- Ya ve su merced como el perro si me quiere, dijo respetuosamente Tinjacá dirigiéndose a su jefe.
Todos quedaron admirados del hecho, que vino a aumentar, si cabe, la estimación y afecto que ya Bolívar tenía por su perro. El mismo le daba de comer, porque decía que el perro debe recibir siempre la ración directamente de las manos del amo. El resultado de estas contemplaciones fue que a los pocos días Nevado tenía por su nuevo jefe el mismo cariño que tenía por Tinjacá, y que Bolívar aprendió a llamarle de muy de lejos con el mismo silbido cuasi salvaje que le enseñó el indio.
Del ingenio festivo y picaresco de algunos oficiales del Estado Mayor salió la especie de bautizar a Tinjacá con el nombre de “Edecán del Perro” especie que celebró Bolívar, pero no sus edecanes, a quienes nunca les cayó en gracia tal nombre.
Continuara...

No hay comentarios: