sábado, 19 de abril de 2008

EL PERRO NEVADO 3 parte


Efectivamente. Nevado atravesaba como una flecha los corredores de la casa y rompiendo por el apiñado grupo que obstruía la puerta, derribando a unos y haciendo tambalear a otros se lanzó a la calle, atronando con sus latidos a todo el vecindario.Ya fuera, se detuvo unos instantes, volviendo a todas partes la cabeza, con la nariz hinchada, en alto las velludas orejas y batiendo su hermosísima cola, que a la luz que desprendían las ventanas del Suizo semejaba un gran plumaje, blanco, muy blanco, como la nieve de los Andes.
Oyese un silbido lejano que pasó inadvertido para los presentes, pero no para el perro, que partió, como tocado por un resorte eléctrico, desapareciendo a la vista de los circundantes, al tiempo que el mismo Boves salía a la puerta y lo llamaba con instancia.Cuando éste se convenció, por el examen de la cadena, que la fuga del perro era premeditada, se colmó en su ánimo la medida del odio y de la venganza.
Allá, en la oscura bocacalle, el indio postrado en tierra, sujetó rápidamente al perro por el cuello con una correa que se quitó del cinto, y rasgando una tira de la falda de su camisa empezó a amordazarle, ingrata operación que el inteligente animal soportó dócilmente, aunque manifestando su contrariedad y sufrimiento con lastimeros quejidos.
Hecho esto, el indio tomó un rumbo opuesto para desorientar a los que saliesen a perseguirlos, que naturalmente seguirían la dirección que el perro había tomado en la calle.Ora avanzando cautelosamente, ora retrocediendo al sentir los pasos de alguna escolta, con mil rodeos y angustias caminaba en dirección a los corrales, para allí tomar vía de Barquisimeto.
De pronto, a la mitad de la cuadra, sintió pasos acelerados que venían a su encuentro.Retroceder era imposible.Los pasos se acercaron más, hasta que sus ojos espantados vieron dibujarse entre las sombras un bulto informe.Era por fortuna una persona inofensiva, un padre que pasó de largo por la acera opuesta, llamado sin duda para auxiliar algún herido, según creyó Tinjacá.Pero, no, aquel aparente religioso, como después lo supo, era el bravo Escalona, que en hábito de fraile, se escapaba también de la matanza.
La situación del indio, que caminó toda aquella noche sin descanso, era notablemente crítica porque el perro era demasiado conocido en las villas y lugares por donde había pasado el Libertador, lo que le obligaba a una marcha sumamente penosa por páramos extraviados; pero si Nevado era para él una amenaza constante y causa de mil zozobras por los campos y vecindarios que recorría, todos enemigos, en cambio era también un compañero fiel y cariñoso que velaba el sueño y sabía esgrimir sus poderosas garras y agudos colmillos para defenderle en cualquier lance personal.
Al cabo de algunos días logró incorporarse a la gente de Rodríguez, jefe patriota de la guarnición de San Carlos, llamado por Escalona cuando se supo la ya proximación de Boves.Sabido es que Rodríguez llegó a los alrededores de Valencia con su tropa, que no pasaba de cien hombres, tuvo que retirarse, porque el ejército sitiador le impidió la entrada.Unido pues a este puñado de valientes, corrió la suerte de ellos, atravesando lugares llenos de guerrillas enemigas, ora combatiendo día y noche, ora pereciendo de necesidades en selvas y desiertos, hasta que lograron al fin, incorporarse todos, esto es, cuarenta o cincuenta que sobrevivieron, al no menos heroico ejército de Urdaneta, que alcanzaron en El Tocuyo, para emprender juntos aquella célebre retirada que salvó del pavoroso naufragio de 1814 la emigración y las reliquias de la Patria.
A su paso por Mucuchíes, Urdaneta dejó de retaguardia en ese lugar trescientos hombres al mando de Linares, y con el resto de sus tropas tomó Mérida.El valor temerario de Linares lo obligó a combatir con Calzada, que lo seguía y que casi inesperadamente descendió del páramo del páramo de Timotes y los atacó con su ejército en la propia villa de Mucuchíes.
Tinjacá y Nevado, como es natural, estaban allí con la fuerza de Linares en su tierra nativa, y se vieron envuelto en aquel combate heroico, que fue desastroso para los patriotas.El pronto auxilio despachado de Mérida al mando de Rancel y Páez, que volaron con un cuerpo de caballería al socorro de Linares, llegó tarde pues se encontraron con los primeros derrotados una legua antes de llegar a la villa.
El pánico y la consternación se adueñaron de Mérida cuyo vecindario vino aumentar la gran emigración de familias que venían desde el centro de la República al amparo de Urdaneta quien continuó su marcha hacia la Nueva Granada.
¿Qué había sido de Tinjacá y Nevado? Tratándose del perro del Libertador, Urdaneta y su oficialidad averiguaron con los derrotados por su paradero, pero nadie les dio razón y se temió que hubiese caído otra vez en manos de los españoles.Pero eso no era cierto, porque sabedor Calzada que el perro se hallaba en el combate de Mucuchíes hizo las más escrupulosas pesquisas para descubrirlo, allanando al intento la casa y hacienda del señor Pino, su primitivo dueño; pero todo fue en vano: Tinjacá y Nevado no se volvieron a ver.Parecía que se los había tragado la tierra.
Meses después, cuando Bolívar y Urdaneta se vieron en Pamplona por primera vez después de estos desastres, aquel supo con tristeza, toda la historia del perro, y admirando la fidelidad y valentía del indio, exclamó con entera seguridad:
--- ¿Sabe usted, Urdaneta que abrigo una esperanza?
--- Espero conocerla, general.
--- Pues creo que mi perro vive y que lo hallaré cuando atravesemos de nuevo los páramos de los Andes para liberar a Venezuela.
No era la primera vez que Bolívar hablaba en tono profético.
Han transcurrido seis años.Por lo alto de los páramos de Mérida marchan con dirección a Trujillo varios batallones del ejército patriota; y nuevamente se detiene frente a la casa de Moconoque un considerable número de jinetes.Es Bolívar y su brillante Estado Mayor.
--- Llamad en esta casa, dijo el Libertador a uno de sus edecanes.

El estrecho camino apenas podía contener a los jefes y los oficiales que habían echo alto en aquel sitio.
La casa estaba cerrada, y sólo después de fuertes y repetidos golpes crujieron los cerrojos de la puerta, y apareció en el umbral una india anciana, trémula y vacilante, que era la casera, la cual miró con ojos asombrados a la brillante comitiva.
--- ¿Vive todavía aquí D. Vicente Pino o alguno de su familia?, le preguntó Bolívar.
--- No, señor. Todos emigraron para la Nueva Granada, hace algunos años.
--- ¿Puede usted, entonces, informarme algo sobre el paradero del perro Nevado y el indio Tinjacá, después del combate de Mucuchíes?
--- He oído contar muchas veces la historia del indio y el perro, pero ni aquí han vuelto ni nadie sabe que ha sido de ellos.
Cuando Bolívar y su Estado Mayor continuaron la marcha, la india, deslumbrada todavía por le brillo y bizarría de tantos oficiales volvió a correr los cerrojos de la puerta, y se entró a comentar el suceso con los otros habitantes de la casa.
--- ¡Jesús credo! les dijo, esto es para confundir a cualquiera. Otra vez el perro; otra vez la misma pregunta. Si pasan los españoles, averiguan por el perro, si pasan los patriotas, la misma cosa. ¡Ese animal debe valer mucho dinero!
Pero no solamente en Moconoque, sino en la Villa de Mucuchíes, a cada paso de tropas eran interrogados los vecinos sobre el perro, cuyo desaparecimiento estaba envuelto en el misterio. Bolívar también averiguó allí por Nevado y su guardián sin resultado alguno, y con esto perdió la esperanza que había abrigado de hallarlo a su paso por los páramos de Mérida.
Al día siguiente emprendieron la gran ascensión del páramo de Timotes. Pronto pasaron el límite de las últimas viviendas humanas y entraron en la soledad terrible, donde la marcha es lenta y silenciosa, ora cortando por la falda de un cerro, ora subiendo por un plano rápidamente inclinado, con harta fatiga de las bestias de silla. Ya hemos dicho que el silencio allí es completo, y absoluta la desnudez del suelo. Hasta la menuda gramínea y la reluciente espelia, que constituyen la única vegetación de estas elevadas regiones, desaparecen en aquella espantosa soledad de varias leguas.
Los caracteres más alegres y festivos allí se apocan y entristecen. Una fuerza oculta nos obliga a callar, rindiendo así culto al Dios fabuloso, que según los indígenas vivía de pie sobre el risco más empinado de los Andes, con la frente inclinada sobre el pecho y el dedo índice apoyado en los labios; era el Dios de la meditación y del silencio.
El Estado Mayor de Bolívar marchaba con una lentitud imponente. Sólo se oían las pisadas y fuertes resoplidos de los caballos acesantes. El panorama, en lo general uniforme, ofrecía sin embargo rápidos cambiamientos debido al viento helado que soplaba en aquellas cumbres, el cual tan pronto acumula nieblas en torno del viajero, envolviéndolo por completo, como las aleja, ensanchándose el horizonte, para dejarle de ver aquí y allá riscos y peñones atrevidos, que asoman sus cabezas por entre las nubes de un modo tan caprichoso como fantástico.
Los hilos de agua que vienen de lo alto, acrecidos por las lluvias y los deshielos, forman zanjones profundos que cortan el camino de trecho, cuando de repente se oyó un grito de guerra.
--- ¡Viva la Patria! ¡Viva Bolívar!
Grito inesperado que rompió el silencio augusto del gran Páramo y que por un fenómeno propio de la comarca, fue repetido al punto por bocas misteriosas que se abrieron en el fondo de los valles y cañadas, al conjuro del Dios Eco; de suerte que las voces “Patria” y “Bolívar”, fueron retumbando de cerro en cerro hasta morir débilmente en la lontananza como el vago rumor de un trueno.
Antes que el eco se extinguiese, Bolívar vio salir de aquellos zanjones un personaje extraño, que parecía estar allí acechándole el paso y que corrió hacia él con la ligereza del gamo. Una larga y oscura manta rayada de colores muy vivos cubría casi todo el cuerpo de aquel hombre, que todos tomaron por un loco en vista del modo tan brusco e inusitado con que se presentaba.
--- ¿No me conoce ya su excelencia? --- Dijo dirigiéndose al Libertador con el sombrero en la mano.
--- ¡Tinjacá! --- Exclamó Bolívar lleno de asombro.
--- Siempre a sus órdenes, mi general. Ayer supe en mi retiro del páramo que su excelencia pasaba…
--- ¿Y el perro?, ¿Dónde está Nevado? --- Le preguntó Bolívar sin dejarle proseguir.
--- Está por aquí mismo con una persona de confianza, pero no lo traje porque todavía dudaba, y quise ver por mis propios ojos si era verdad que su excelencia iba con el ejército.
--- Pues ve a traérmelo en el acto.
--- No hay necesidad. El vendrá solo --- le contestó el indio mientras hacía un movimiento para llamarlo, pero al instante Bolívar lo detuvo, diciéndole:
--- ¡Espera! que yo le llamaré.
Y con la exclamación de alegría, que era indescriptible como la sorpresa de sus tenientes, zafóse el guante y llevándose a los labios sus dedos acalambrados por el frío, lanzó al viento aquel silbido extraño, cuasi salvaje, que en otro tiempo había aprendido del indio, el mismo que oyó por primera vez en la helada villa de Mucuchíes y que más tarde salvó a Nevado, en la trágica noche de Valencia. El eco se encargó de repetir y prolongar el silbido, que fue a extinguirse como un débil lamento en el confín lejano.


Continuara...


1 comentario:

Joa dijo...

Muy lindo el blog Mrquesa!.
Linda tu creación!.
Espero que progese pronto.
Besos.
Joany